MEMORIAS DE UN PREGONERO COTUI
Si fuera poeta, escribiría un poema, un
poema a faltas de las palabras que quizás no las tendré, a lo mejor porque el
tiempo con su tiranías me lleve cual
eleva el viento una pisca de lana al aire, posiblemente por la idiosincrasia de aquellos que piensas, haber sido dioses enviados del Olimpo, por tal razón a
diario carcomen y menoscaban la inteligencias,
de quienes mesiánicamente se le alabas y
se les adoras como vasallos ciegos y hasta sin oídos.
Escribiría en el mudo locuaz, que guarda en silencio la
memoria, en lo profundo oscuro como el crepúsculo de una noche sin
luna y sin estrellas, escribiría y
describiría, con denuendo el oportuno regocijo del terroncito de tierra dónde fue
un origen que dio palmo y vida a quien osa escribiros estas letras, diría que parecería no tener dueño el huerto que
los ancestros con sangre, fuego y sudor, afianzaron con añoro la producción del sustentos de los hijos que
de colores diversos, acarician las riveras y bordes del flamante río yuna.
Parecerían
que padres no tienes y por ellos huérfanos serán los caminos y canales,
montes y quizás los pueblos que laboriosos se levantan día a día y corren mecánicamente a los pies del amos que le da tropiezos,
que aleja el bienestar, igual que se alejan las nubes, igual que una hojas ceca que lleva algún río, parecerían no tener el agua que enjuague el sudor y la
desdicha del día y el trabajo, cuando no hay el caño más hondo de un valle que parece perecer por el gran dragón
que se lo tragas a sorbo y tinajas.
¡Oh Rey
mío que indígena fuiste, quien te has
hecho preso por tantos tiempos, y tu corona se llevaron en
aves de maderas que nadan y las piedras de color amarilla en las tardes de un
verano de un día, de un mes
cualquiera, parecería que a los amos no
le doliera, que caben sus tierras, así como lo hace el labrador campesino hollando el plantón de la yuca, así
como lo hace aquel que nada siembra, dejando solo las raíces al que sudó y
labró con suplicio el rancho del
yautías y las batatas, perecieran que se
alumbran así, cómo lo hacía el indio en las cavernas a leñas charamuscadas, quizás no tienes voz, a lo mejor no la tendrán, tal vez quienes entonan en aviso del que está
o el que llegas, lo hacen tán sonoro y no lo escuchan, parecería
que sus ríos ya no cantan, y engalanan
con su olor a vida de aquellos seres que nadan y coletean, dando de beber días y noches la cicuta que a lo mejor tomó en obligo Galileo, o el armonio y cianuro de la novela
de Russell, por eso ya no canta el ruiseñor, en las orillas, el
samaragullon, el coco, el cualco, ni el carrao que
junto a las gallaretas de los musgos, ni el Martín pescador, que asecha a la trucha
que no salpica el agua tras las sardinitas
en las riveras.
Entonces de
que vale las riquezas que sale de una piedra, sin con ella nada hace, si por tenerla en vez
de un gran placer, solo sufre en
envuelto telas como la historia del gran poeta Víctor Hugo y los tantos miserables.
Es como el hijo de nadie, que
languidece en su necesidad y precariedades, mas aun así
nadie se conmueve, pues
pareciera ser que es un pecado
maldito dar las manos a quien enferma la tiene, serán los amos de todos, que de la inquietud de sus vasallos
se conduelen.
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