lunes, 5 de septiembre de 2016

MEMORIAS DE UN PREGONERO COTUI

                  MEMORIAS DE UN PREGONERO  COTUI

Si fuera poeta, escribiría un poema, un poema a faltas de las  palabras  que  quizás no las tendré, a lo mejor porque el tiempo con su tiranías  me lleve cual eleva el viento una pisca de lana al aire, posiblemente por la idiosincrasia de aquellos que piensas, haber sido dioses enviados del Olimpo, por tal razón a diario carcomen  y menoscaban la inteligencias, de quienes mesiánicamente  se le alabas y se les adoras como vasallos ciegos y hasta  sin oídos.

 Escribiría  en el mudo locuaz, que guarda en silencio la memoria,  en lo profundo  oscuro como el crepúsculo de una noche sin luna y sin estrellas,  escribiría y describiría, con denuendo el oportuno regocijo del terroncito de tierra dónde fue un origen que dio palmo y vida a quien osa escribiros estas letras,  diría que parecería no tener dueño el huerto que los ancestros con sangre, fuego y sudor, afianzaron con añoro  la producción del sustentos de los hijos que de colores diversos, acarician las riveras y bordes del  flamante río yuna.

 Parecerían  que padres no tienes y por ellos huérfanos serán los caminos y canales, montes y quizás los pueblos que laboriosos se levantan día a  día y corren  mecánicamente a los pies del amos que le da tropiezos, que aleja el bienestar, igual que se alejan las nubes, igual que una hojas ceca que lleva algún río, parecerían no tener el agua que enjuague el sudor y la desdicha  del día y el trabajo,  cuando no hay el caño más hondo de un valle que parece perecer por el gran dragón que se lo tragas a sorbo y tinajas.


  ¡Oh Rey mío que indígena fuiste,   quien te has hecho preso por tantos tiempos, y tu corona  se llevaron en  aves  de maderas que nadan y las  piedras de color amarilla en las  tardes de un  verano de  un día, de un mes cualquiera, parecería  que a los amos no le doliera, que caben sus tierras, así como lo hace el labrador  campesino hollando el plantón de la yuca, así como lo hace aquel que nada siembra, dejando solo las raíces  al que sudó y  labró con suplicio el rancho  del yautías y las batatas,  perecieran que se alumbran así, cómo lo hacía el indio en las cavernas a leñas charamuscadas, quizás  no tienes voz, a lo mejor no la tendrán,  tal vez quienes entonan en aviso del que está o el que llegas,  lo hacen tán  sonoro y no lo escuchan,  parecería  que  sus ríos ya no cantan, y engalanan con su olor a vida de aquellos seres que nadan y coletean, dando de beber días  y noches la cicuta  que a lo mejor tomó en obligo  Galileo, o el armonio y cianuro de la novela de Russell, por eso ya no canta el ruiseñor, en las orillas, el samaragullon,  el coco, el cualco, ni  el carrao que  junto a las gallaretas de los musgos,  ni el Martín pescador, que asecha a la trucha que no  salpica el agua tras las sardinitas en las riveras.

 Entonces de  que vale las riquezas que sale de una piedra,  sin con ella nada hace, si por tenerla en vez de un gran placer,  solo sufre en envuelto telas  como  la historia del gran poeta Víctor Hugo  y los tantos miserables.


Es como el hijo de nadie, que languidece en su necesidad y precariedades,  mas aun así   nadie se conmueve, pues  pareciera  ser que es un pecado maldito dar las manos a quien enferma la tiene, serán los amos  de todos, que de la inquietud de sus vasallos se conduelen.  

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