viernes, 21 de octubre de 2016

HOMENAJE AL HOMBRE DEL CAMPO


AL  VIEJO  LELO...

Sentado algo desvencijado, estaba  el viejo  Lelo, no supe su nombre, ni sus apellidos, sólo así  le conocí,  bajo la mata del almendro allá, en la entrada de los Saldaños, tan viejo como el tiempo, miraba en la profundidad del horizonte, cualquiera pensara que veías  a las aves volar y mas al pasar varias garzas  blancas que radiaban a luz del fulminante sol de la tres de la tardes del mes de septiembre, de un año dónde yo  apenas era niño,  una hora que  los hombres del campo a veces llegan a maldecir,  por quemarle las costillas mientras sacan las hierbas  del rubro del arroz, de las yucas y las batatas, yo que desde la infancia lo ví, cuando con pasos obligados mansos junto a serafín, caminaban como los vagones que un viejo y destartalado tren arrastra hasta el fin del fogón de las quemas de las cañas, parecería qué el olor a humo y las frutas del jobo no le llegara, pues fija su rumbo saludando cuanto en el viejo  carretero encontrara a su paso, con un machete bien amolado y embaquetado bajo el sobaco izquierdo, con la fuerza de un tronco viejo, descarado, pero con un corazón tan recio, tal piedras de arrecifes de un mar turbulento.

Esa tarde lo vi y lo observé cómo aquel niño que nunca  vio un bisabuelo  y  noté sus ojos que la luz del sol le hacía ver galanos con nubes grises en su derredor y lo salude tímidamente,  mas luego supe que él no escuchó, porque seguía inerme al tiempo que quizás se le iba con las horas y me pregunté ¿qué pensará   su mente vieja  igual  que el pueblo?, tal vez en la novia que no vivió, la mujer que nunca tuvo, la madre que pudo adorar o el padre que se fue sin él nacer, la casa que no edificó, la siembra que no cosechó o aquella que anheló,  el amigo que se perdió en la infancia vagabunda de los años reprimidos de la historia  de los tantos malos  dictadores, de las frutas que sólo en aquellos tiempos habían,  de los días de lluvia, de calor y frio, de hambre y más que todo soledad. Allí está Lelo, que la brisa le rosa la piel ya sin brillo, llenas de curvas y montes de las tantas picadas de avispas y quizás de martirio. A veces creo  que vivió  una vida que sólo en él fue verdad, plasmado en una mancha seca de un espejo que un día será borrada, entre Dios, el cielo y la tierra.

Allí viene Lelo, con sus pasos desvencijados,   cual  si los años en él le hicieran bailar  la música que su mente escucha, muchos decían  que había nacido cuando Lilis, o cuando Mon Cáceres gobernó,  su cejas copiosas cómo nubes grises al igual que las pestañas sus ojos escondían,  una cachucha en su cabeza y aquellas camisa a rallas, igual  de la  que  usó a lo mejor  el español Lucilo Palmero, o Juan Sánchez Ramírez, quien sabes, dicen que no tuvo hijos, otros que  no se casó,  a lo mejor quien sabes,  a veces  llegué  a creer que se había cansado del tiempo que cruelmente le hacía ver morir quizás a quienes más amó, quien sabes,  yo lo vi cuando cargabas en su hombro algún saco lleno de viandas, o algún racimo de plátano tendido en un yaguacil caído de cualquier palma del camino,  para cambiarlos por arenques, maíz secos, bacalao, un  poste de algún ron que sorbía sin dolor, ni sabor cuando lo destapaba, escapando una leve sonrisa de satisfacción frente a mí,  que con un trapo le quitaba el polvo de la carretera a la botella, que llevaba en el tramo mucho tiempo en la pulpería que yo atendía por allá en los 90, cuando casi nadie pensaba en el dos mil,  y una tercia de gas,  lo veía que lentamente echaba en su saqueta,  lo que había cambiados o comprados, arreglaba su colin embaquetado y mirando por la visera de su gorra vieja me miraba y con dos lentas señas se despedía,  dando la espalda hasta que lo dejaba de ver  al doblar de la esquina de doña concha y  doña minga, yo pensaba  por qué tanta soledad y volver al monte de dónde surgía,  recuerdo que mi padre era casi viejo cuando lo vi morir y  aun así,  después  de eso seguí viendo a Lelo tan ajado cual frutas marchitas   como el primer día. 


Homenaje   al hombre del campo.


















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