jueves, 3 de agosto de 2017

DON CHEO

DE ALGUIEN MUY CONOCIDO
Un día quizás que se fue lejos, vi bajo el sol fulgurante y la brisa con olor a fango que de las parcelas salía, cobijado por las grandes ramas de almendra, frente al club Domingo Herrera, próximo a la tienda de porfirito, allá en la Soledad mi soledad, a lo mejor eran los días del verano, aquellos días dónde el fogoso candor de las hembras risueñas, hacen planes para ir al río y suavizar el calor de las horas frondosas mojando sus berguenzas escondidas, mostradas a las piedras y las orillas, estaba sentado frente de su amiga carretilla, Don Cheo, si, así todos le conocen, o Cheo el de María, quien con una leve mirada y ligera sonoriza, pareciera hablar con sus naranjas, que pelabas , desnudando sus dulzuras, muchos hombres de valor hacían allí su tertulias, como si el tiempo no corriera, dejando el polvo de los camiones cargado de arenas, o de las grandes guaguas, con aquella aroma revuelta en las flores, de aquéllos que viajan, hacía tierras lejanas de las nuestras, en días se le veía dormitar, sin miedo, a pura conciencia, aveces interrumpida por algún cruzante transeunte, que desgutar una dulce naranja quería, yo no lo niego cuando vagabundo circundabas el lugar, con una ruedas o gomas viejas a galopes, o montado en algún caballo, dónde Emiliano y Millon, llevando de cacao o carbón una carga. En otras ocasiones cuando en el confuso y alegre, ruido del play, de todo aquel que se daba cita y ver el juego, de los equipos, el casino, la soledad y pueblo nuevo, quien junto a la gina grande, se situaba, cominando a sus naranjas que dulces y jugosas fueran a quienes las compraran, cuantas algarabías, de las muchachas que hoy son señoras y señoras que a lo mejor ya no están, dónde estaba carmen -masole, mi madrecita, con un vidon, vendiendo de limones jugo en un jarrito. Allí veía a Don Cheo, quien ni guapo, ni contento acariciabas, despacito sus naranjas.
Mi cariño, respeto y admiración Don Cheo.

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