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ARROZ
TRILLADOS
Allá en la lejanía de las parcelas de arroz maduro, surcando los muros de los canales, rosando las hierbas y las
espigas que esperan ser cortadas por todos aquellos sencillos campesinos, que
en leguas se dividían el sembradío de las parcelas, de aquella comunidad laboriosa, la Soledad, Cotui. Cuando aún se refleja la infancia tenue e inocente en los rostros de
muchos de los amigos, cuyos sueños divagaron juntos, camino de los posos y
llanuras, aquel arroz cortado con las
cuchillas que se le veían al hombro de los que trillan y sacuden al viento tibio las pajas, hundiéndose en el fango cenagoso y al dorso
un gran paquete de espigas rebalsadas esperando quien las buscaras y llevarlas
dónde estaba la lona tejida de sacos, para luego a palos contratados ser trilladas,
en los días del calientes sol o en las mañanas frías, algunas veces una lona de saco la cubría de la inclemencia de la lluvia, allí se quedó el sudor, bajo los tallos del ya cortado arroz, allí se
borraron las huellas del dueño y las del labrador. En la baisa mas cercana se oía una plena al palo cansado
de genito, janga, Pedro patecate, Agapito,
Donato, millo, Julián y
chuvá, cantaban cómo si con ellos
pudieran mitigar el sudor que mojaban sus camisas ya sin color, mas el trillar
cuando al lomo el palo rompe el aire fresco que del fundo de paquito surgía, allá
en la verde pradera de los altos jabillos y las rojas amapolas, perfumadas por el leve olor del cacao maduro y
en otras ocasiones el olor de la pajas
quemadas del arroz ya molido de la factoría.
En medio de los caños y arroz
maduro, se veían los muchachos que anhelosos rebalsan las espigas, casi se
hundían juntos a los recuerdos, juntos a los sueños y deseos a lo mejor de otra
vida, algunos hablaban de mozas y otros hablaban de
niñas, aquellas que eran hermosas, aquellas que aún lo son, que adornan
con sus risas los patios de aquella
tierra que parecía dormida al tiempo, cuando sus chuchos de carreteras, un muro
de hierbas las peinaban. Allá en la distancia cuando la guagua grande blanca de don patica, su bocina al sonar
retumba, llamando al viajero a despedirse, para ir en lejanía y dejar el amor
que tenía y dejar aquella tierra querida,
quizás sin saber de quién era más la melancolía, si de quien se queda o del que a lo mejor se
aleja.
Oír el canto de la sirena que de
una factoría salía, anunciaba al campesino que comienza o termina el día, a veces me embelesaba en mirar a las mozas con sus
latas de aguas en las cabezas, sobre el paño
de babonuco, que en filas india y juntas alegres venían dejando atrás el perfume de sus cuerpos sudados, dejando atrás sus risas. Se quedaron las huellas del cortador y se quedó
el samao del trillador y junto a ellos el humo de las pajas quemadas de las
baisas, al bramar de las vacas que sus hierbas de los
muros comían.
Pensé que la infancia era eterna, que los campos de arroz tal vez no se irían, que los canales seguirían sus
cursos buscando al río, que los hombres
no envejecerían, que los padres no morirían, que el viento siempre soplaría,
que las naranjas y mangos en los fundos se quedarían, que las lluvias y truenos
seguirían, que siempre habría que sacar las hiervas del arroz preñados, que en los muros todas las historias de las
noches pasadas se quedarían cuando
alguien las contaras, que las garzas estarán
tras el tractor que rompe la tierras, que el sonido del motor que rocía el
producto al nacido arroz se oirían, que
las madrugadas permanecieran al mojar las parcelas y al hombro una pala, que las pulpería seguirían vendiendo el pan y
las masitas, que todos los veranos irían las mozas a saciar el calor desfilando por
los montes hasta llegar al río.
Allí se quedaron las huellas de la infancia y la adolescencia, para
muchos allí se quedaron sus deseos, pisando las sueldas y las hierbas pangolas,
bajo las palmas en la cuaba, con el trinar de las cañas bravas de las orillas y
bajo la sombra grande de las castañas de los caminos, se quedarán,…… se
quedaran dormidas.
A la reminiscencia de todos los
hombres valiosos de los campos.