jueves, 26 de julio de 2012

UN DIA SIN  RECUERDO
Que melancolía tan grande invaden hoy el alma mía, que recuerdo tan grande recorren mis pensamientos, que alegría tan grande inundan mi ser, tener en la memoria aquellos mil paisajes que me vio nacer.
Ver el verde follajes en las lejanas montañas los flamboyanes, ver el  amarillo oro de los arrozales, llenar los pulmones de aromas aquellas que sólo perdura en mi tierra, tierra  que extraño sentir el olor del lodo bajo mis pies descalzos,  en la alfombra hecha de flores de amapolas,  adornada de lilas moradas.
Aventura mía que la llevo prendida como las nubes rosando el azul cielo, adentrarme al monte grande de larga sombra y de aquella fragancia de la caña fistulo, del agua del rio,  ver los peses en el caño  en su afán   de encontrar los rayos de sol en una mañana cualquiera.
Aventura de mis días, de mis sueños  y quimeras, del humo pálido de la carbonera que en algún lugar  suspira enmudeciendo el campo y la triste entonada  de una vieja gallareta en el lago que olvidó el tiempo,  de junco  y   lilas.
Mío son, tan grandes recuerdos, en los días de corte de arroz en la tierra de la parcela, sentir el sabor de la comida caliente puesta en la vasija que con ojos alegre y chillones la ponía aquellas manos ahumadas y morenas, mi santa  madre, cuanto gocé de la armonía de mi padre, del ladrido  de aquel  viejo perro que celaba mi sueño en noche sin luna.
¡ay!  Aventura mía, que hoy me da tanta  tristeza, porque de ti apenas hay borrosos recuerdos de  mis mañanas al respirar el aire que brotan del cacao, de aquel tabaco sembrado, del mango que madura en sus ramas y el relinche de mi caballo, son tantas  las añoranzas, que a veces en soledad imagino el frescor del rio y de una guayaba madura.
De aquel  largo camino forjado por los pies del labriego, aquel que vío  cruzar al rey, y  al príncipe de los amores, en los días de cuaresma al desfilar las mozas en calor buscando el agua, dejando dormidas las hierbas del moriviví y las hojas de pringamozas, aquel que guarda los secreto del sediento y de las faldas de la hembra tímida cuando el viento mostró su pudor.
Del amor primerizo, que nunca fue  más que un sueño hermoso que perdura para herir al corazón y los sentimientos, ¡ay melancolía! Ya más no me abrume con lejanía, predio que ya no sé si volvería, sólo se han quedado en esta memoria vieja que pronto desvanecerá por la tierra consumida.
¡Qué melancolía tan grande caramba!, ¡que agonía tan renuente y que largos son estos días, cuando ya ni veo, cuando ya ni escucho, cuando mis pies no quieren y mis manos tiemblan, cuando ya no hay recuerdo de aquel rostro, de una infancia tibia, cuando ya no hay sabor de las frutas, ni la suavidad de la manos que me entibió con dulzura, cuando ya nada se espera más que la sombra fría y vacía, cuando para mí  ya se terminen los días.  

Dedicado al sr. JOSE ANTONIO PEGUERO                     Por: Ezequiel Rondón O.
                                                                                            La soledad, Cotui, Rpu. Dom.

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